Los días de Silvia Prieto
Rosario Bléfari
Martín quería escribir un nuevo guión después de hacer Rapado y había puesto sus antenas a funcionar. Eso quería decir que cualquier cosa que escuchara o presenciara podía ser tomada, transformada e incorporada al futuro guión. Al principio serían anotaciones en sus múltiples libretas, donde apuntaba cosas al paso, cosas que pescaba con una red más bien fina y que se sumaban sin un destino definido. Podía ser algo que alguien dijo o que surgía en medio de una conversación. Yo lo veía hacer eso, ese gesto de anotar algunas cosas y me parecía uno de sus chistes, de hecho nos reíamos. Para mí era como una especie de parodia, la del escritor que toma apuntes, a pesar de ser algo que yo misma siempre hice aunque de una manera menos metódica. Era el gesto como de estar jugando al cronista lo que me daba risa, desenfundaba la libreta y el lápiz y no le importaba nada, se detenía a anotar con velocidad algo ilegible para los demás y valioso para él.
En ese momento, yo trabajaba de moza en un bar con mi novio, Fabio Suárez, haciendo medio turno cada uno, y con Valeria Paván, la mujer de nuestro compañero de banda (“Suárez”), Marcelo Zanelli. Llevábamos como uniforme un mameluco del tipo que usan los mecánicos, sería luego el uniforme que usa Silvia Prieto en el trabajo donde cuenta los cafés que sirve por día. Nos veíamos seguido en esas épocas con Martín. Fue una casualidad que justo consiguiéramos trabajo, si mal no recuerdo gracias a Valeria, en ese bar cuyo dueño, Rolando Borensztein, había sido amigo de la adolescencia de Martín. A veces Martín pasaba por el bar y nos veía en acción con los uniformes y las bandejas.
Un día Valeria Paván anunció que empezaría a escribir una novela, y así lo hizo. Ya fuera en su hora de descanso o en los tiempos muertos en los que el bar estaba tranquilo, ella escribía sin parar y a mano en un cuaderno que tenía sobre el mostrador o en el delantal. Martín leyó ese material y algunos de los elementos que aparecían los utilizó para el guión. No solo de la novela -muy diferente a la historia de la película- surgieron cosas, sino de muchas otras situaciones y comentarios reconocibles para muchos de los que éramos amigos en esa época, como lo de la muñeca que se parece a Brite y es colocada en el último estante de la biblioteca para no tener que verla. En el caso original, Fabio Suárez había recibido un regalo, una estatuita de cerámica que representaba un punk con cresta, alto y flaco y que le dijeron que se la regalaban porque se parecía a él. Fabio se había sentido confuso al respecto, “¿así me ve?”, se había preguntado y después de reflexiones y dudas había resuelto ponerla allá arriba para no verla, tampoco quería tirarla ni regalársela a otra persona. Lo de decirle a alguien “lámpara de botella” fue algo que surgió en una conversación con Cecilia Biagini, actriz y amiga en común, en la que se usó esa comparación para explicar que algo era un adorno barato hecho por uno mismo sin demasiada dedicación, imaginamos en el momento de la charla que a alguien le decían así como un insulto y nos reíamos. La forma en la que alguien puede reaccionar en medio del compromiso de compartir un alquiler fue tomada de una ocasión en la que compartíamos una casa con unos amigos. Cuando llegó el día del pago en el que todos teníamos que poner la plata, uno de ellos contestó tal como cuenta Brite que Gabriel le contestó a Garbuglia, lo cual, en ese momento, fue motivo de asombro y enojo, pero también de cierta admiración por nuestro amigo, a quien, por lo visto, no le importaba ni le urgía nada de nada.
Martín creyó durante mucho tiempo que si los verdaderos protagonistas de algunas situaciones recortadas y levantadas de la realidad reconocían sus palabras o actitudes, podían llegar a enojarse con él, pero eso nunca ocurrió. El personaje insidioso de Brite que se mete con las fechas de ovulación de Marta, la alusión a Gabriel como “el petiso” y lo que le dice a Garbuglia: "Marta ya no es una nena...", eran cosas ridículas y absurdas muy reconocibles y era posible que alguien se ofendiera, pero nadie pareció darse cuenta de esas cosas o no se reconoció en ellas al ver la película. Tal vez por la manera en la que estaban esos elementos entretejidos y tal vez así se despersonalizaban, dejaban de pertenecerle al protagonista real y pasaban a ser parte de la vida de los personajes de la película. Con respecto a esto, dice Martín: “Igual para mí fue siempre un misterio que nadie me pegara una cachetada después de ver la película”.
Esas, por mencionar algunas, claro, fueron piezas que pude reconocer al leer el guión, genialmente transformadas, atribuidas a unos en vez de a otros, hiladas entre sí, junto a otras que no recuerdo, que inventó por completo Martín o que captó en otros ámbitos. Por supuesto, lo de Paván tuvo una mención más formal que Martín siempre hizo, pero las cosas en las que yo y mis amigos estábamos involucrados, fueron para mí como un regalo. El aspecto principal de ese regalo consistió en prestarnos atención. Descubrí con el tiempo la importancia de estar cerca de alguien que presta atención a lo que pasa, a esos momentos de nuestras vidas que tal vez hubiesen pasado de largo en la selección de la memoria como actos o palabras poco importantes o de corta vida en la marea de acontecimientos que se superponen con el paso de los días. Y segundo, por re elaborarlos con gracia y acierto para hacerlos formar parte de un todo completamente ajeno y con vida propia, ya que nada tenía que ver la historia ni los personajes -en forma directa y literal- con nuestra vida.
Las charlas con Martín tienen ese tono que con pocas personas se logra. Ese tipo de charlas en las que contamos lo que nos pasó o lo que nos enteramos que les pasó a otros, donde la forma en que lo contamos hace que hablemos de otras cosas al mismo tiempo. Lo que nos afecta para bien o para mal, para el asombro, para detenerse en ese punto porque sí, sin finalidad precisa, siempre como al borde de un gran chiste, agregando remates caprichosos que desvían el curso, restando drama o preocupación, aunque sean cosas que nos preocupan mucho de verdad. Martín puso en el guión de Silvia Prieto esa absurda liviandad que resulta casi trágica (... )(fragmento de la edición de los guiones "Rapado", "Silvia Prieto" y "Guantes mágicos")